martes, 25 de diciembre de 2012

Saqueos (o expropiaciones) por aquí y por allá

Tras su auge en Londres y en distintos puntos de la geografía española, la moda trasnacional de los saqueos (o expropiaciones) a supermercados, centros comerciales y pequeños comercios ha vuelto estas Navidades a Argentina, como ya ocurrió once años atrás, durante las inolvidables y multitudinarias protestas del 19 y 20 de diciembre de 2001, que acabaron con 39 personas muertas y el entonces presidente, Fernando de la Rúa, huyendo lejos en helicóptero.

Entonces y ahora hay una mano organizadora detrás, pero los medios no dejan de repetir que, a diferencia de en 2001, los manifestantes no roban (sólo) comida sino (también) televisiones de plasma, equipos de música y demás objetos incomestibles, mientras que los políticos prometen mano dura y sentencias largas para los vándalos ladrones delincuentes criminales que no respetan la propiedad privada.


¿Roban pan o televisiones de plasma? ¿Esa es la cuestión? ¿De verdad?

Hay menos pobreza que durante la bestial crisis económica argentina de 2001, sin duda. Menos hambre también. Pero hay aún pobreza y hambre. Y sobre todo, una desigualdad brutal, hinchada mes a mes por una inflación disparada que divide a la clase trabajadora argentina entre aquellos a los que les actualizan el salario a su ritmo infernal y quienes trabajan en negro, desorganizados sindicalmente o simplemente en empresas que anuncian que no van a subir los sueldos, lo que significa bajarlos un 25% anual.

Los saqueos empezaron en Bariloche, una ciudad visiblemente rica, turística, esquiable y de fresco aire de alta montaña, pero también invisiblemente pobre y muerta de frío. Una Bariloche partida y desigual.

Allí, como en cualquier lugar, hay niños caprichosos que también quieren tener dos pelotas distintas con las que jugar en Navidad. Padres que también quieren regalar bicicletas nuevas a su prole. Familias que también ansían ver la tele como si estuvieran en el cine al que nunca pueden ir. Madres que quieren comprar lo que les apetece comer sin tener que mirar (aunque sea por una vez) cuánto llevan en el bolsillo.

 ¿Muertos de hambre o delincuentes? ¿Esa es la cuestión? ¿De verdad?

lunes, 24 de diciembre de 2012

El AcumulaLadrillos y Caperucita

De cuerpo gelatinoso y forma indefinida,

el AcumulaLadrillos es sobre todo una inmensa boca, un buzón de dimensiones inabarcables, superiores incluso al Río de la Plata en su desembocadura, por la que engulle a diario toneladas de ladrillos que financió con alegría y desparpajo durante la burbuja, los inquilinos expropiados que no pueden pagarlos, políticos empequeñecidos, suculentos rescates multimillonarios, trabajadores que ya no necesita e incluso bancos enteros, comprados de oferta en el mercado o incluso regalados.

Pareciera que en un momento dado ya no le cabrían más ladrillos, que se empacharía y tendría que vomitar, que se ahogaría en arcilla y cemento, que reventaría y sobre su tumba bailarían los sin trabajo ni techo liberados, pero pasan los días, los meses, los años y el monstruo sigue engullendo y creciendo, creciendo y engullendo.

Ese AcumulaLadrillos lleva años enviándome cartas por Navidad y otras fechas en las que me reclama 20 euros y me amenaza con sus abogados. Seguirá amenazándome y carteándome. Tranquilo él, tranquila yo.

Si le tuviese delante le regalaría este delicioso cuentito:

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Una nueva vida

Empiezas
una nueva vida
a las cinco de la tarde, hora mágica, todo saldrá bien.

"Que tengas suerte, la suerte acompaña a los valientes", me dijo una amiga antes de irnos a Buenos Aires, "a los valientes que se atreven a intentarlo". Ella estudió periodismo, pero no dudó en adentrarse en el oscuro mundo de los casinos cuando se cansó.

Jekylls y Mr. Hydes

En la soledad de sus casas oficinas hoteles,
ahítos de la soledad conyugal,
los jekylls se convierten en míster hydes cibernéticos
y ordenan/suplican
prendé la camára, subite el vestido, bajate las bragas, abrite de piernas, mostrame, metete los dedos, mientras enseñan sus vergas crecidas y duras, prontas a explotar y deliran con tórridas escenas de sexo que nunca ocurrieron, ni siquiera nunca ocurrirán, porque al reaparecer de carne y hueso volverán a los besos en las mejillas y las conversaciones inocuas.

(Alguna vez) me entrego gozosa al juego (aunque me deja fría) porque disfruto (mucho) la transformación.