martes, 20 de noviembre de 2012

Bici roulette

El sistema de alquiler de bicis gratuito de Buenos Aires tiene un cierto parecido al chatroulette, quizás de ahí mi creciente adicción:

un día surco la ciudad en una bici con poco rodaje, de piel lustrosa, andares livianos y quizás incluso un punto demasiado dura; otro subo sobre una abuelita a la que le rechina todo el esqueleto, tiene torcida la columna y las extremidades y va perdiendo dientes por el camino, sobre todo en las escasas cuestas; otro más me entregan una virgen y la conduzco nerviosa porque me cuesta ensuciarla y le pido perdón por bajar o subir los bordillos con demasiada brusquedad;

hay días en que me tocan unas que ni bien ni mal, ni fu ni fa, me sirven para llegar de un punto al otro pero que a los pocos segundos de despedirme no recuerdo ni su cara; algunas veces consigo unas que parecen buenas, pero que enseguida salta a la vista que era todo puro maquillaje y me bajo malhumorada;


las jornadas más afortunadas cabalgo sobre monturas recias, que parecen excesivamente ariscas, pero con el pedaleo se ablandan y se adaptan a mi cuerpo como un guante; o sobre mis favoritas, aquellas que por intuición sé con sólo un vistazo que montarlas va a ser una delicia, puro placer de principio a fin, tanto que olvido dónde iba y me pongo a pedalear sin rumbo fijo para disfrutar un rato más.

Me fascina saber que comparto con ellas un tiempo breve e ínfimas posibilidades de volver a coincidir; que sin ninguna presentación de por medio voy a aplastar mi culo, mi coño y mis tacones contra su duro y frío cuerpo y que antes y después de mí fueron y seguirán siendo usadas y manipuladas por otros.