sábado, 10 de mayo de 2008

Bautizo en la sierra madrileña

Siguiendo a mi compi de piso e Ironman, más allá de Camorritos, vimos glaciares helados en el techo de Madrid, caminamos por senderos de nieve en mayo, comimos tortilla y pisto con las montañas bajo nuestros pies, descendimos cuatro World trade centers entre caminos de pinos y al llegar a los jardines de la Granja de San Ildefonso nos diluvió encima. Todo en sólo cinco horas.

Me muero por la siguiente.

Hipótesis científica: somos idiotas

Dice Rafa Reig, respondiendo a una carta en la que se pregunta si ¿hay diferencia entre ser idiota y hacer el idiota?

Creo que ninguna: uno es, por dentro, lo que hace por fuera. Esto es método científico: a partir de la observación de la realidad se formula una hipótesis (estos tíos son idiotas) y se diseñan experimentos para probarla: si fueran idiotas, podríamos ganar el referéndum de la OTAN; pensarían que el PSOE es de izquierdas; se creerían que laicismo es que, en lugar de una sola religión estatal, haya más todavía; se convencerían de que el Ejército es una fuerza de paz; aceptarían que la solidaridad es quitarles aún más derechos a los inmigrantes; o incluso aplaudirían que Jesús Caldera se constituya en think-tank (algo así como tanque o bidón de ocurrencias, ese botijo de pensar puesto a la sombra). A estas alturas, claro, nuestra idiotez ya se ha consolidado como tesis científica y pocas opciones caben: la pedagogía zapateriana (abrirles los ojos a los pobres idiotas) o la condescendencia del PP (consolar a los idiotas diciéndoles que son grandiosos, una gran patria, de las mejores del mundo, etc.)

Y nosotros, ¿qué hacemos? La opción A es no dejarse avasallar: no somos vasallos. Antes se usaba la expresión “hacer de menos”: que no te hagan de menos, hijo, recomendaban los padres, no te dejes tratar como un subalterno. Para que no nos hagan de menos, habría que decir que no. La opción B es convertir la idiotez en astucia pueblerina: dame pan y llámame tonto. A mí me parece que hemos pedido a gritos la opción B: dame un AVE, baja las hipotecas, dame 400 euros, ayudas para la vivienda, etc.


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Con la conciencia tranquila

En esta cama duerme tranquilo el dictador de Zimbabue, Robert Mugabe, mientras el país que dirige desde hace 28 años cae en picado. Más fotos obscenas de su casa aquí.

viernes, 9 de mayo de 2008

¿Juegas con papá?

Venga, anímate, que las reglas son muy fáciles y muy divertidas:

Cómprate una casa. Da igual que no puedas pagarla, tranqui, papá ya pagará a los bancos por ti si necesitas alargar la hipoteca. De regalo, el 15% de descuento en la declaración de la renta. No te preocupes, el precio de tu piso-inversión no bajará, ya se inyectará dinero público en los bancos, promotoras y demás amigos que haga falta.

Cásate. Te daremos 15 días para que te vayas de luna de miel + facilidades para hacer trapicheos en la renta.

Ten hijos. Por cada uno 2.500 euros como felicitación + ventajas fiscales.

Ve a misa (o a la mezquita o a la sinagoga) y lleva a tus hijos también. Así puedes donar el 0'7% a los que predican el Dios en el que crees y no darle un 0'7% más al Estado.

Móntate un plan de pensiones. Te descontará un montón de la renta, no pienses que sólo lo podrás usar cuando te jubiles, a los 65 seguro seguro que estás en plena forma.

Brindis por nos


Aún se me emborronan las neuronas al recordar esos vermuts con limón, copitas de vino blanco heladísimo y chupitos de ron servidos con los pantalones por los tobillos.

sábado, 3 de mayo de 2008

Preferiría no hacerlo

Hasta algunos chinos (¿o norcoreanos?) pasan de levantarse cuando suena el despertador. Anuncio descubierto vía Chino chano:

Días de Birmania

A los 19 añitos, George Orwell ingresó en la Policía Imperial de la India en Birmania y de sus seis años allí sacó su primera novela, en 1934, Días de Birmania. Delicioso cómo retrata a los vagos borrachos violadores racistas colonos ingleses y a las cazadoras-de-maridos tiquismiquis controladoras y burras colonas inglesas. Ahí va un fragmento:








- En serio, la vagancia de estos criados se está volviendo escandalosa -suspiró Mrs. Lackersteen-. ¿No está de acuerdo, Mr. MacGregor? En cierto modo, están volviéndose tan horribles como la gente de clases bajas de Inglaterrra.

- Oh, eso es casi imposible, espero. Aunque me temo que no hay duda que el espíritu democrático va ganando terreno también aquí.

- Y no hace tanto tiempo, apenas un poco antes de la guerra, eran tan amables y respetuosos. Recuerdo que no pagábamos a nuestro mayordomo más de doce rupias al mes, y el hombre nos quería tanto como un perro. En cambio ahora nos piden 45 rupias, y he descubierto que la única manera que tengo de conservar a un criado es pagándole con unos cuantos meses de retraso.

- Los criados como los de antes están desapareciendo -convino MacGregor-. En mis tiempos, cuando uno de tus criados te faltaba al respeto, le mandabas a la cárcel con una nota que dijera "por favor, den al portador quince latigazos". Ah, bueno, ¡eheu fugaces! Me temo que aquellos días ya no volverán nunca.

Escalofríos

le veo

abrir chupar sorber
-concentrado y en silencio-
percebes cangrejos caracoles

y se me cierran los ojos cuando un escalofrío de placer me recorre la espalda.

La masia de Can Sidret

Atraviesas el ciprés fúnebre y llegas al paraíso. Sólo queda el mar, muy lejos, escondido entre la bruma, y una montaña, otra, otra y otra, cada vez más próximas, por las que tirarse rodando y llenarse el pelo y la ropa de tomillo, flores y hierba. Más cerca aún, tanto que lo puedes tocar, crece un olivo que me hizo pensar en la Sicilia de Camillieri y una mimosa ya sin flores bajo la que plantamos dos tumbonas y empezamos a planear cómo no regresar.

Sant Jordi lejos de casa

Fue 23 de abril también en Madrid.

Pero salí de casa y ni a un lado ni al otro de la calle había puestos de libros, ni gitanas o universitarias vendiendo rosas, ni tenderetes hippies con marcapáginas artesanales y pendientes de pétalos rojos, ni una marea de peña que te empuja para pasar; tampoco mi madre paseando a mi lado, intercambiando novelas y escogiendo otras para mis hermanos; o los gemelos vestidos de dragón en el colegio; ni siquiera más besos tornillo de lo normal por las calles o en el metro.

Aún así, doblé la esquina de casa y al cruzar la puerta de nuestra librería diminuta toqué las Ramblas y volví, llegando hora y media tarde al curro con lagrimillas en los dedos.